No fue fácil. Ni siquiera para una banda como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. «Luzbelito» hizo las veces de bisagra entre todo lo anterior y los dos discos que continuaron («Último bondi a Finisterre» y «Momo Sampler»). Pero este álbum no solamente marcó un antes y un después en la historia de la banda. Sobresalieron el ingenio de preservar el hilo conductor de la narración, la originalidad discursiva de las letras, la capacidad de interpelación a los oyentes, la destreza de la música monopolizando todo un clima denso y oscuro y, por supuesto, el exquisito arte de tapa, siempre de la mano del talentoso Rocambole.
Estos ojos, ¿de quién son?
Aún hoy, en pleno siglo XXI, existen demasiadas dudas. La existencia sigue siendo incomprensible y aunque las diversas religiones, los cientos de filósofos que hemos leído y los científicos más consagrados han intentado explicarla, no puede evitar su rasgo más inherente, la ambigüedad.
¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? Esa dualidad inevitable que convive dentro de cada ser humano. Después de tanta guerra, tanta destrucción, tanta muerte en vano que sufrió y continúa sufriendo el mundo, estamos cada vez más lejos de encontrar una respuesta unívoca.
Entonces, los Redondos proponen a Luzbelito. Ese ser ficticio, hijo del Demonio, que habita en el infierno (algún lugar de la Tierra) para sacar a la luz las contradicciones permanentes de nuestras creencias y comportamientos.
Cuestiona a Dios, a ese Dios que cada uno reza e intenta acorralarlo hasta el cansancio. Revela la soledad entre la multitud, una soledad latente pero que insiste en aislarnos hasta sólo toparnos con nuestra imagen en el espejo. Y así, en ese estado de encierro con uno mismo, acabamos sumergidos en el reflejo de la realidad que nos rodea. Brotan en cataratas las miserias del hombre y se mantienen a flote los vicios, la codicia, la libertad frenética que nos vuelve eternos, la inmoralidad cada vez más de moda y los deseos, también nuestros deseos.
Fuente: Carlos Riedel
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